Es imposible separar al profesional del hombre. Rodrigo Bravo es puro elemento y bastante cabeza. Y si hay algo que prima en su trabajo, es la idea intransable de encontrar soluciones, a través de la simpleza.
Por eso en sus proyectos salta a la vista lo noble, la forma renovada y discreta de la piedra, de la madera, del metal. Devoto carpintero, Bravo disfruta cada proceso y cada pieza vincula dos mundos fascinantes: artesanía y tradición.
Juntos convergen de manera tan natural que su mirada pareciera salir de nuestro asilamiento regional, de lo típico, y entrar en una búsqueda consistente, proponiéndonos un diseño inteligente, novedoso y funcional.
En una palabra, Rodrigo Bravo ha sabido aprovechar las circunstancias.
Y no se queda quieto. Para cada trabajo suyo, él investiga nuestros minerales, profundiza y mete las manos. Hoy sus ojos están detenidos en lo pétreo. De ahí viene su serie “Monolitos”, cuya protagonista es la Convarbalita, típica piedra del norte de nuestro país.
Rodrigo Bravo también va detrás de un elemento bastante conceptual: la emoción. Cada uno de sus objetos está ahí para generar algo, para comprometer a quién lo tiene. Muy cerca del arte, su propuesta genera experiencias y deja una interesante pregunta en el aire: ¿qué me dice a mi?
Es esta intemporalidad y foco lo que ha llevado su trabajo a diferentes galerías de Europa y Estados Unidos. Bravo cae bien en el mercado internacional, y su propuesta ha ido evolucionando de manera orgánica y coherente.
Hoy prepara una serie de muebles en aluminio y otros realizados por artesanos en piedra de Pelequén.
De este modo, Bravo sigue recorriendo un camino individual y único, que ha sido capaz de traspasar fronteras con objetos únicos, interesantes, que dan la exquisita libertad de volver a interpretarlos una y otra vez.
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