Todo tiene aquí una linda historia para contar. Desde la estructura hasta ese mortero que convive al lado de una pila de vasos de cacho, cada rincón pareciera atiborrado de recuerdos, pero también de la personalidad de su dueño.
Jamás podríamos decir que esta casa ubicada en Buchupureo es “estirada”. Levantada con tablones del establo, su forma alargada conecta a sus habitantes con mundos poblados de madera, tejidos, cuero y adornos por montón. Dos piezas en cada extremo, un living que las conecta.
Al principio sus dueños la pensaron como bodega, pero ésta pasó a ser el dormitorio principal. Así, cada rincón, incluida la cocina a leña fue sucediendo con una naturalidad pasmosa. Aquí hay donde estar, pero estar cómodo, rodeado de elementos tradicionales, de relajo, de indiscutida vacación.
Ese aire acampado lo envuelve todo, como si las tradiciones de siempre estuvieran instaladas en esa casa y no al revés.
Su propietario, interiorista y socio AdDI, Carlos Vergara, la hizo sabiendo con exactitud lo que quería: nada pretencioso, jamás una casa enorme. Por eso todo fluye en este espacio con su mano y la bondad de un paisaje austero, cerca de la playa, con una terraza con un fogón del que, suponemos, nadie se mueve en el verano.
Pasan cosas adentro y afuera. En el interior, muebles añosos, propios y encontrados al azar, se mezclan con algunos objetos más modernos. La protagonista, una mesa de comedor hecha por él, pintada con símbolos de escudos campestres frente a cada puesto, mezclada hábilmente con unas sillas Tolix que comparten escenario junto a una gran pintura de su hija Dominga.
Aquí casi todo es home made, sin ostentaciones, ni lujos, pero con una creatividad efervescente. La sencillez de la construcción se potencia con la presencia de objetos y muebles clásicos, dando como resultado ambientes de carácter simple, pero con un marcado sello de su autor.
Carlos Vergara metió mano y se nota….
@carlosvergaramuebles
Fotos: Ana María López